Parece que festejar el Día del Padre es lo de siempre. Estamos acostumbrados desde los cursos de Infantil, cuando hacíamos ceniceros de arcilla y corbatas con papel cebolla en la clase de plástica para regalarlos en nuestras casas. Sin embargo, no es así. Igual que hoy en día resultaría impensable proponer a un escolar que obsequie a su papá con un artículo de fumador, llegará el momento en que la propia celebración sea censurable. De hecho, empieza a resultar incómoda. Tanto es así que hay colegios, incluso católicos, que tunean esta efeméride para no herir sensibilidades, alegando que hay distintos tipos de familias (un centro de una congregación religiosa -de tradición y prestigio en Valencia- ha caído, o comprado, o ambas cosas, este argumento).
El caso es que la paternidad tiene que ver con el origen y ya por eso vale la pena celebrarla, porque no nos hemos hecho a nosotros mismos. Hay un ascendente respecto a nuestra vida. También, con guiarse en el mundo de una determinada manera. El padre es la brújula, aunque algunas agujas se atrofien y no reconozcan los puntos cardinales. Por eso tantos niños y jóvenes se descarrían y desorientan pues, aunque sea defectuosa, la miran. La siguen. Con todo, esta capacidad no tiene que ver con dominar, ni siquiera con controlar, sino con saber responder a la vida recibida y entregada. Como explica Fabrice Hadjadj, a diferencia de un experto, que comunica lo que ha entendido en un ámbito muy concreto (y, por tanto, es competente), un padre transmite toda la vida, aunque tantas veces no la comprenda, se le escape, se tenga que enfrentar incluso al sufrimiento, a la injusticia, a la muerte. Ofrece la vida, aunque esta vida esté herida y expuesta al mal.
El problema es que estas afirmaciones molestan hoy, y aquí está lo preocupante. Es decir, lo alarmante no es que se comercialice más o menos esta festividad (¿quién recuerda que está dedicada a San José?), sino que haya verdades aceptadas desde siempre que tengamos que custodiar y revisitar porque están siendo desafiadas. En este contexto, se agradecen propuestas como la de Lucía Garijo, que presentará el próximo 20 de marzo en la Universidad Católica de Valencia su cortometraje “Padre”, basado en el libro de la profesora María Calvo, “Paternidad robada”. He podido verlo antes de su estreno y, ciertamente, no es sólo una defensa inteligente del sentido común, sino que viene a ser una respuesta valiente, contundente, a tantos interrogantes que ha impostado la posmodernidad, pues antes no se formulaban: ¿A la hora de tener hijos los hombres son prescindibles? ¿La masculinidad les aporta algo en particular?
Su intención, por tanto, no es revolucionaria (no quiere inventar nada, sino recuperar) ni reaccionaria, pues no echa de menos la paternidad tal y como la concebía el código napoleónico o ciertas usanzas casposas que han costado desempolvar, donde se trataba de ser el dueño de la mujer y de los hijos. Rompe la estatua del comandante. Los tópicos del padre amo: “Ser padres es cosa de hombres. Hombres fuertes que ponen toda su energía al servicio de su familia. Hombres que no tienen miedo a llorar, porque ser fuerte no es poder con todo, sino vivir con otros. Hombres que expresan el afecto, que son tiernos, pero que lo hacen a su manera. Hombres que asumen la educación de los hijos como algo propio, que muestran los límites porque sus hijos los necesitan para crecer. Hombres con una autoridad basada en el amor. Hombres que respetan y aman a sus mujeres porque saben que juntos se complementan y equilibran. Hombres que están presentes en casa”, se explica en un momento en la película.
De Andrei Tarkovski (sé que le gusta a Lucía) es la frase “lo bello queda oculto a los ojos de aquellos que no buscan la verdad". “Padre” es un trabajo bello. Dice la verdad. Y da descanso a quien la busca.
En fin. Festejar el Día del Padre no es lo de siempre. No nos engañemos. La cultura contemporánea dominante quiere otro modelo de persona y ha empezado por embestir a la familia. Por eso se quiere anular al hombre y a la paternidad. Sin embargo, a quien se desafía, en última instancia, es al Creador. Y esto es lo más grave. Celebrar al padre es reconocer también al Padre. Es, por tanto, una cuestión de supervivencia.
Universidad Católica de Valencia.
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